domingo, 7 de marzo de 2010

Los fantasmas de El Adolfo

07-03-2010 / El senador Rodríguez Saá llegó de su feudo por una semana a la Casa Rosada y eso le bastó para declarar el default y sacar al país del planeta Tierra.

Por Juan Salinas

Periodista y escritor

Adolfo Rodríguez Saá fue gobernador de San Luis 15 años y presidente una semana, la última de diciembre de 2001, cuando el país estaba en llamas. Fue en aquellos días memorables, en medio de vítores, que declaró el default, el pagadiós. A pesar de haber sido alumno dilecto de Cavallo, arropado por Hebe de Bonafini y ovacionado en la CGT, encarnaba una curiosa ruptura con la inesperada continuidad Menem-De la Rúa que había llevado al país al abismo.

Por eso dio tanta cosa verlo el miércoles pasado abrazado con Menem, y negándole al gobierno las herramientas para ir reparando aquél estropicio. Y extraña el silencio de sus acerbos críticos de ayer, como Miguel Wiñazki, autor de El último feudo, ahora periodista de Clarín.

La Asamblea Legislativa lo había ungido presidente por 60 días al sólo efecto de que hiciera de bombero y convocara a elecciones. Pero pronto quedó claro que no sólo quería completar el período que De la Rúa había dejado trunco, sino también ser el próximo presidente electo. Le faltaron agallas. Se negó a devaluar, y cuando los gobernadores más poderosos le retacearon su apoyo, dándose cuenta de que en Chapadmalal jugaba de visitante, entró en pánico cuando la Bonaerense le cortó la luz. Huyó al galope hasta su feudo puntano, desde donde renunció por televisión.

Gozaba de la fama de ser un administrador prolijo, al menos en términos macroeconómicos. Una ley nacional heredada de la dictadura, la de Promoción Industrial, le había permitido crear una corriente de radicación de firmas, a pesar de lo cual la desocupación no dejaba de crecer. A fines de 2000, el Canal 13 que ahora tanto lo mima, emitió un programa especial de Telenoche Investiga que mostró cómo utilizaba la promoción para recaudar para la corona, sin importarle que se multiplicaran galpones vacíos y empresas fantasmas (de 2.000 solamente quedaban 70) siempre que compartieran las exenciones al IVA e ingresos brutos. Se trataba, en realidad, de una colosal estafa a la Nación.

Además de los sobreprecios en las obras públicas, la marca distintiva del gobierno del Adolfo fue el avasallamiento de la Justicia, lo que hizo que la Federación de Colegios de Abogados de todo el país, Faca, reclamara la intervención federal de la provincia. No era para menos: cuando algún juez intentaba ser imparcial, resultaba sometido a un jury con cualquier pretexto. Y cuando algunos ministros del Tribunal Supremo desoyeron las sugerencias del poder, La República, el diario de la familia gobernante, comenzó a publicar a diario collages de los díscolos en calzoncillos.

Otro ejemplo claro de arrasamiento de las leyes fue la privatización del Banco de San Luis. El Adolfo, como un mago de galera y bastón, hizo resucitar una ley muerta para hacer desaparecer un banco vivo. Cualquiera sabe que ninguna norma de rango inferior puede modificar a una de rango superior, pero él, abogado, se pasó este principio básico por los fondillos.

La cosa fue así: al asumir el gobierno, Menem pidió y obtuvo una ley excepcional, la de Emergencia Económica. Permitía privatizar sumariamente cual empresa estatal que diera pérdidas. Así se privatizaron Entel y Aerolíneas Argentinas, que no las daba. Pero esa ley tenía plazo de vencimiento: un año. Sin embargo, a instancias de El Adolfo, cinco años después una ley de San Luis resucitó aquella letra muerta para conferirle una apariencia legal a la privatización del banco provincial. El gobernador logró que una Legislatura adicta aprobara una ley que prorrogaba los varias veces vencidos plazos legales de aquella ley nacional. Esa ley provincial vergonzosa dio soporte a la creación del Banco de San Luis S.A., un nombre de fantasía, ya que la totalidad de sus acciones pertenecían al pequeño Banco Exprinter. El mismo al que el fiscal del caso García Belsunce, Diego Molina Pico, habría de vincular al Cartel de Juárez.

Si hay un episodio emblemático de la corrupción del gobierno de El Adolfo fue el Caso Luna-Martínez, el asesinato de los niños Carlos Martínez (11) y Fernando Luna (10) ocurrido muy poco después de que María Soledad Morales fuera muerta en el curso de una fiesta de los hijos del poder feudal que gobernaba Catamarca. El doble infanticidio ocurrió en las primeras horas del caluroso viernes 15 de diciembre de 1989, en las afueras de Villa Mercedes, a muy escasa distancia de donde estaban reunidos en una casa quinta el gobernador, sus ministros y colaboradores, que ese día iban a celebrar una reunión de gabinete. La comparación con el asesinato de María Soledad resultó inevitable desde el vamos: lo de los niños mercedinos parecía todavía más grave porque había sido cometido con saña y alevosía, y a pesar de las muchas cortinas de humo desplegadas, el principal sospechoso era nada menos que el jefe de la policía provincial, Ignacio Urteaga, un primo segundo del gobernador. Igual que en el caso María Soledad, estos crímenes aparecían relacionados con el tráfico y consumo de cocaína (ver http://ar.groups.yahoo.com/group/redcom/message/19).

Igualmente horrorosa fue la destrucción de la familia formada por un clásico chacarero, el italiano Domingo Amitran y sus cinco hijos, cuyo único pecado fue vivir cerca de donde fueron encontrados los cuerpos de los chicos. Mientras almorzaba con Mirtha Legrand, El Adolfo exigió al aire que se los detuviera y encarcelara, lo que dio comienzo a una película de terror, con profusión de aprietes, sevicias y torturas, a fin de quebrarlos para que uno de los varones (que no es de extrañar, habría de morir joven) se hiciera cargo de haberlos matado, de modo de librar de sospechas a Urteaga y el entorno de El Adolfo.

Nunca lo consiguieron, pero tampoco fue posible avanzar en la búsqueda de verdad y de justicia. Entre otras cosas porque, a diferencia de Catamarca, en San Luis no hay un sólo medio que cumpla con el elemental deber de informar.

Pero quizá el escándalo más resonante que sufrió El Adolfo, esta vez como protagonista, estalló cuando a fines de 1993 él mismo denunció haber sido sorprendido por hombres armados mientras retozaba en el hotel alojamiento Y no c… con su amante, la Turca Esther Sesín. Dijo entonces que lo habían forzado a esnifar cocaína y mantener actividad sexual heterodoxa, y trascendió que lo habían sodomizado con un pene de látex. La mayoría de los medios relacionaron el ataque con la negativa de los Rodríguez Saá a apoyar la reforma constitucional de 1994 que habría de permitir la reelección de Menem. De hecho, su hermano, el entonces senador Alberto Rodríguez Saá, dejó de oponerse a ella. Pero hubo quien, con buenos fundamentos, interpretó que El Adolfo escribió una gran novela en su necesidad de escapar del cepo extorsivo de poderosos narcotraficantes.

Es desde aquellos años que El Adolfo y Menem se detestan. El puntano siempre creyó que el episodio fue urdido por Menem. Menem considera que El Adolfo es un jetón que se fue de boca denostando la convertibilidad y cacareando el no pago de la deuda, para terminar ahora, otra vez, sentado sobre sus rodillas.
Nota publicada en El Argentino